Subirse al guindo, antigua expresión que describía esa olvidada actitud: sentir vergüenza, "ponerse colorado" frente a un hecho poco decoroso que turbara nuestro ánimo o humillara nuestro espíritu. Entonces, bastaba sutil mirada varonil para provocar rojo escarlata en femeninas mejillas o irse de palabrotas frente al abuelo era suficiente para que saltara ese switch y corriera la sangre a pintar nuestra cara. Subirse al guindo era la forma natural de conocer linaje, educación y estado espiritual del "avergonzado". Subirse al guindo dividía al mundo entre lo decente y lo indecente, entre lo que estaba bien o mal hecho. Entonces, pornografía explícita y corrupción aceptada estaban en pañales.
Hoy, como hemos visto, pocas cosas nos provocan vergüenza. El automático ya no salta frente a la palabra mal empeñada, autoridades pilladas in fraganti en corrupción, empresarios mentirosos, estudiantes flojos, jueces negligentes, medios de comunicación vulgarizados, políticos patanes, en fin, vivimos en medio del fraude y nos codeamos con estafadores, sin sonrojarnos siquiera.
A esos antiguos vergonzosos los acusan de mojigatos y pacatos, sin embargo, los niños obedecían, los jóvenes cedían el asiento en el bus, y los varones cumplían su palabra. Hoy, en cambio, tan modernos, democráticos y liberados, vivimos rodeados de delincuentes, protegiéndonos de los sicópatas y defendiéndonos de los estafadores. En fin, parece que desde que dejamos de subirnos al guindo, esa delgada línea que separa, por ejemplo, el erotismo de la pornografía o un mal negocio de la corrupción, desapareció y nuestro mundo nunca más fue el mismo. Es más, ya nada nos sorprende, no existe el escándalo, a tal punto que el "diálogo entre un diputado y un empresario" lo tomamos sin una pisca de vergüenza.
La próxima semana nos celebran con mucha pompa y publicidad a las mamás, aquí entre nos, ¿estamos para ser celebradas? Visto y considerando como se comportan nuestros niños parece que mejor deberíamos ir a un retiro o cualquier lugar que nos permita pensar si realmente queremos ser madres y para qué y si lo somos, responder sinceramente si estamos cumpliendo con nuestro deber… ¿O no?
Vivian Arend