Landerretche desmenuza los pecados de la política juntos"
El economista de la U.de Chile, académico y presidente del directorio de Codelco, Óscar Landarretche, escribió el libro de ensayos "Vivir juntos" (Debate), una revisión crítica al modelo económico y político actual, con nutridas referencias a la cultura popular: desde Nietzsche a Los Prisioneros y Superman .
Si existiera un concurso de cocineros con pensadores, economistas, sociólogos y políticos, "Vivir juntos" (Debate) sería como un recetario didáctico, muy bien argumentado, que teoriza sobre cómo un pato al horno que pretendió ser una delicia, puede terminar convertido en carne carbonizada.
De hecho, Óscar Landarretche Moreno, economista, investigador, académico y presidente del directorio de Codelco, abre su libro enlazando la sociología, la economía y la política con la cocina molecuar. En formato de ensayo, presenta ocho "espumas" o capítulos que abordan lo que significa ser socialista hoy, pero repasa sin piedad los pecados de la izquierda y la mezquindad histórica de no poder convivir con el liberalismo. "Parte de las angustias del sistema político tiene que ver con que abandonaron las raíces colectivistas del socialismo", dijo Landarretche hace pocos días en radio Duna, y en esa misma entrevista afirmó que "no es posible el socialismo sostenible sin capitalismo". Su propuesta para enfrentar los desafíos de la actualidad, marcados por lo que él llama en su libro "el fantasma que recorre la sociedad, el fantasma de la sospecha", es intentar una política comunitaria y colectiva, "aunque sea por un tiempo".
Escrito entre Londres, Santiago, Valparaíso y Oxford, "Vivir juntos" cita a Nietzsche, roza a Los Prisioneros, juega con Superman, acude a Marx y hacia el final se sitúa en las utopías, en el aula, en el barrio, en la empresa, en la fibra óptica y en las series de televisión tipo "House of Cards", que cada tanto dejan a los políticos como puching ball y que le sirven para hacer una rítmica analogía con la crisis del poder en América Latina, especialmente en Chile.
"Vivir
Óscar Landarretche
Editorial Debate
432 páginas
$18.000
Landarretche contó que en el verano del 2015 su mujer le dijo que si no le dedicaba tres horas diarias al libro, no lo terminaría.
Landarretche contó que en el verano del 2015 su mujer le dijo que si no le dedicaba tres horas diarias al libro, no lo terminaría.
Otra de mis nostalgias británicas es la serie de la BBC Yes, minister, que se emitió entre 1980 y 1984. Trata de las tribulaciones de un ministro de un gobierno conservador encargado de reducir la burocracia y su tormentosa relación con lo que hoy podríamos llamar en Chile un "subsecretario permanente", un agente público, jefe de servicio, que no cambia con las elecciones y que constituye una parte esencial del ordenamiento de una democracia parlamentaria (debido al potencial que existe para frecuentes cambios de gobierno).
La comedia refleja el cínico juego de alianzas y zancadillas entre el ministro de instinto reformista, pero con malsana adicción a la popularidad, y el funcionario discreto y sobrio, pero celoso burócrata. Cada capítulo comienza con una iniciativa del ministro que busca cambiar las cosas y termina con una versión mucho más moderada. Entre medio, el "subsecretario permanente" le va mostrando cómo las cosas, incluso las que aparentan ser absurdas e inútiles, siguen cierta lógica, a veces perversa, pero sólida y difícil de eliminar arbitrariamente. Poco a poco, el ministro se va convenciendo (por lo general, a golpes) de que debe cuidarse de alterar radicalmente el statu quo y de que debe encontrar formas más sutiles de lograr lo que busca.
Al final de cada capítulo, el ministro siempre tiene un monólogo en que explica su nueva postura, llenas de sutilezas y equilibrios. A medida que la enuncia, el "subsecretario permanente" la valida con la frase: "Yes, minister" (Sí, ministro), como si lo que se dice fuera una orden, cuando en realidad es partícipe de dichas ideas. Baja la cabeza asintiendo a cada instrucción con una amplísima y cínica sonrisa.
La belleza de esta serie radica, por cierto, en la teoría de la política y de la gestión pública que se presenta sutilmente. Se ve lo tremendamente difícil que es cambiar el Estado y se muestra cómo ello nunca es por razones obvias y pedestres, sino sutiles y complejas que tienen que ver con los orígenes del poder y su distribución. El proceso por el que pasa el ministro, que parte con una convicción tecnocrática pura y converge a golpes con una solución política, es una especie de alegoría de lo que regularmente les sucede a quienes critican el Estado desde fuera y luego se encuentran con el infortunio de tratar de cambiarlo desde adentro. Quizá la serie refleje el máximo entusiasmo que permitía la flemática disposición británica con el naciente régimen conservador de aquellos tiempos: "Que lo intenten, ya verán que es mucho más difícil en la práctica, pero algo lograrán".
Diez años después (en 1990) la BBC producía la versión original de House of Cards. La serie sigue el ascenso del "jefe de bancada" (whip) conservador del Parlamento inglés, sus intrigas y maquinaciones, su inmoralidad y crueldad, su brutal realismo. La visión de la política y del gobierno que se presentaba en esta ocasión era bastante menos benigna. El ejercicio de la política no se retrata ya como un intento honesto de hacer el bien (sazonado con una pizca de egoísmo y culto a la personalidad) que se enfrenta con las restricciones de la realidad, sino como una trama miserable de traiciones y corrupciones que pavimentan el ascenso al poder de las peores personas. Los pecadillos del político ya no se ven como excentricidades de poca importancia, sino como macabras patologías. La política y el gobierno son solo corrupción, en ellas sobreviven los más fuertes, los más inmorales, los más desalmados, los más implacables.
Diez años después (en 1999) se comenzó a ver The West Wing en la cadena norteamericana NBC. Esa serie narra la historia de un presidente demócrata norteamericano de grandes cualidades humanas, intelectuales y políticas (que protagoniza Martin Sheen). El personaje reproduce la fantasía del héroe político de la era de la "tercera vía": es un académico que obtuvo el Premio Nobel de Economía que halla en sí mismo el heroísmo cotidiano suficiente para desafiar el statu quo. En ese proceso se presenta honesto y valiente, viviendo un proceso de continuo desgarro, de dolor, de sacrificio personal, familiar e íntimo por el interés social. De nuevo se muestra que la política no consiste en lograr lo que se quiere, pero que sí puede existir belleza romántica en intentarlo y estar dispuesto a ser transformado radicalmente en el proceso.
The West Wing no está en el tono de comedia de Yes, minister, pero recupera la política desde el pozo séptico en que lo dejaba House of Cards. La trae de vuelta. La muestra con un estándar ético positivo y benigno. La política es buena, es dura, es compleja, es heroica. Las cosas nunca salen como se cree, pero aun así vale la pena intentarlo. Parece curioso que poco menos de diez años después del final de The West Wing, la televisión norteamericana (esta vez a través de la plataforma Netflix) haya traído de vuelta House of Cards y el lado oscuro de la política, el Estado y el gobierno. Esta vez la trama sigue el ascenso meteórico, corrupto y miserable del jefe de bancada del partido demócrata de Estados Unidos. Así como el primer House of Cards fue una especie de respuesta a los optimismos conservadores de Yes, minister, la nueva versión de House of Cards parece constituirse como respuesta a The West Wing.
Si seguimos la cadencia marcada por estas series, que se responden unas a otras cada diez años, quizá en más o menos una década tengamos una serie llena de optimismo sobre el gobierno, el Estado y la política. Quizá sea una serie sobre un gobierno comunitarista y colectivista enfrentándose heroicamente a los límites de lo posible y probando cuáles son las fronteras de la política, sufriendo pero contentos. Quizá en un país emergente. Quizá en Chile. Y diez años más tarde vendrá, de nuevo, House of Cards.
Uno de los mayores triunfos del neoliberalismo ha sido instalar la idea de que los trabajadores públicos chilenos son privilegiados, improductivos y corruptos. Ese triunfo se ha visto amplificado por eventos, casos, algunos déficits de sobriedad, excesos de ambiciones y ciertas hiperventilaciones que han logrado afianzar esta convicción, incluso en personas de izquierdas. Se ha vuelto una suerte de lugar común que empieza a generar efectos indeseados socialmente, como el ahuyentar a personas talentosas y con vocación pública de una carrera al servicio público o en la política.
La evidencia demuestra lo contrario al sentido común. Los rankings internacionales muestran a Chile como un país de baja corrupción. Extremadamente baja, al compararlo con países similares. Más aun, Mizala, Romaguera y Gallegos (2011) demuestran que al controlar por sus características (eliminar efectos de la educación, experiencia y otras caracterizaciones socioeconómicas), los trabajadores públicos chilenos son los peor pagados respecto al sector privado en América Latina. El decil mejor pagado incluso estaría peor pagado que en el sector privado, dadas sus características. Casi todos los sistemas de remuneración pública a nivel global contribuyen a la equidad pagando mejor en la parte baja de la escala salarial y peor en la parte alta. Chile hace el menor esfuerzo al respecto en América Latina.
Una de las omisiones más infames de la transición a la democracia fue la situación laboral y los derechos sindicales de los funcionarios públicos, con la notable excepción del gobierno de Patricio Aylwin, que a través de una reforma tributaria significativa financió una mejoría de sus salarios. Pero la situación del servicio público fue abandonada y las condiciones laborales de sus trabajadores fueron tratadas como un estorbo, más que como un instrumento de política laboral nacional. La excepción que confirma la regla fue el establecimiento del sistema de alta dirección pública, que básicamente pretende establecer ciertos estándares profesionales y condiciones de acceso igualitario para oportunidades de trabajo en la alta gerencia pública.
Por F.G.
dinko eichin frost
"La agencia y el ministerio"
"Los pecadillos del político ya no se ven como excentricidades de poca importancia, sino como macabras patologías".
Sobre House of Cards
"La política es buena, es dura, es compleja, es heroica. Las cosas nunca salen como se cree, pero aun así vale la pena intentarlo".
Sobre The West Wing