Imaginemos por un momento una ciudad cualquiera, atravesada por las aguas cristalinas de dos ríos, cuyos cauces generosos se encuentren enmarcados por los bellos jardines de una costanera repleta de pintorescos lugares donde se pueda pasear, conversar, servirse alguna comida típica y disfrutar del magnífico don de la naturaleza.
Ahora volvamos la mirada sobre la ciudad de Osorno. Probablemente el desencanto inherente a este breve ejercicio mental tenga que ver con la profunda asimetría entre una imagen y la otra. La conclusión parece ser una sola: Osorno desaprovecha penosamente su ubicación geográfica. Al hacerlo, no sólo da la espalda a la naturaleza, sino que además empobrece la calidad de vida de sus habitantes.
En efecto, una ciudad fluvial que no atiende debidamente a su entorno, arbitrando las medidas necesarias para realzarlo, es una ciudad incompleta. Y una ciudad incompleta -enseñaban los antiguos- es siempre un lugar inferior, un espacio desmedrado respecto al que podría (y debería) llegar a ser.
Aquellas personas que han tenido la posibilidad de conocer otros países saben perfectamente que, en otras latitudes, cualquier corriente fluvial, por insignificante y minúscula que sea, suele ser potenciada y aprovechada al máximo. A la inversa, muchos turistas que llegan a conocer nuestra ciudad y quedan fascinados con el esplendor de sus paisajes, no pueden comprender el estado de abandono en que se encuentran los ríos Damas y Rahue.
Los teólogos medievales hablaron con frecuencia del libro de la naturaleza porque en ella se podía "leer" ese mensaje de Dios que se dirige a los hombres y mujeres de todas las culturas y de todas las religiones. Honestamente, en este caso da la impresión de que no sólo no hemos leído el texto, sino que además hemos ensuciado las páginas con inmundicia.
A pesar de todo, es posible que la respuesta provenga de las nuevas generaciones. En ellas habitualmente parece haber mayor preocupación frente a este tipo de problemas. Y también mayor conciencia de una verdad evidente: cualquier ciudad que desatienda su vocación (fluvial, en este caso) está irremediablemente condenada a hipotecar su futuro.
Xavier Echiburú