El Papa Francisco señaló a fines del año pasado que el calentamiento global pone al mundo "al borde del suicidio". Lo señaló, previo a la cumbre realizada en Francia para abordar el cambio climático.
El Pontífice consagró una encíclica en la que subrayó que la degradación climática daña la vida de los más pobres, al producir contaminación, catástrofes naturales, enfermedades, guerras y migraciones. Para remediarlo, el Papa aboga por una forma de desacelerar el crecimiento económico y una revolución energética, abandonando por completo las de origen fósil.
Aquellas palabras del Papa revelan una realidad preocupante. La Tierra está enferma desde hace años por causas del hombre y una mala concepción del progreso industrial. Algunas de sus consecuencias son el aumento de las temperaturas, deshielos, sequías, inundaciones, incremento en el nivel del mar, desaparición de especies e incalculables pérdidas económicas a nivel mundial.
¿Qué podemos hacer nosotros para revertir esta dramática situación? Mucho. Cada esfuerzo individual por más pequeño que aparezca es un gran paso para transformar los hábitos de los demás y propiciar una defensa sin pausas del medio ambiente. Se trata de una idea fundamental, sobre todo considerando que para intentar cambiar el mundo se debe partir por uno mismo. Sin duda adquirir esa conciencia es una clave para el futuro.
Las inundaciones y aumento de lluvias en el norte, la llegada de nuevas especies marinas, las variaciones de las temperaturas y el cambio migratorio de las aves, no parecen casualidad.
Hay que cuidar el agua, la energía, proteger como un tesoro las áreas verdes y aprovechar el amplio campo que se abre con las energías renovables, además de reutilizar las materias primas y evitar aquellos elementos que dañen la capa de ozono, entre algunas medidas. Debemos seguir luchando por reducir los niveles de contaminación.
Pero lo más importante es acuñar una cultura que entienda que el cambio climático es una realidad peligrosa y que aún hay mucho por hacer.