Nicolás Maquiavelo, en su libro El Príncipe, hizo presente a Lorenzo de Médicis que nada es más difícil de establecer, cuyo éxito sea más dudoso y con mayores peligros para llevarlos a cabo, que los cambios a la Constitución. ¿Por qué razón? Porque el innovador se hace de enemigos en todos los que prosperaron con el orden antiguo, y no puede esperar más que un apoyo tibio de quienes anhelan prosperar en el nuevo.
Sin embargo, resulta ingenuo desconocer que la multitud, variedad y hondura de las veloces transformaciones que presenciamos día a día, van haciendo necesario -y aún imprescindible- modificar, de manera parcial o sustantiva, la arquitectura institucional que cobija nuestra convivencia democrática.
Carente de legitimidad en su origen, la Constitución que nos rige se halla muy lejos de suscitar los niveles de adhesión mínimos que requiere una Carta Fundamental para alcanzar la cualidad de perdurable. Prueba irrebatible de ello son los numerosos cambios que su texto experimentó (en cuestiones capitales) a partir del año 1989, purgándose así de sus peores ribetes autoritarios.
Como es fácil de comprender, en cualquier régimen democrático, acertar con la ecuación que refleje lo más exactamente posible, aquello que piensa y quiere la mayoría ciudadana, de cara al establecimiento de un nuevo texto constitucional, resulta de la mayor importancia. Consecuentemente, no es indiferente ocuparse del método o procedimiento empleado para tales efectos, y en ese sentido, el anuncio de la Presidenta tiene la virtud de fijar un camino realista, porque se atiene a las reglas institucionales vigentes; en otras palabras, es un ensayo inteligente de superación de la crisis institucional a partir de la propia normativa vigente.
Habitualmente se ha considerado a nuestro país un ejemplo de desarrollo económico. Pero también sabemos que Chile sigue figurando entre los países con peor distribución del ingreso en el mundo. El desafío es evidente: mantener lo bueno y modificar lo inaceptable. Y con una amplia participación ciudadana, oportunidad inmejorable para que las élites escuchen y entiendan las razones de su descrédito.
Nadie sensato debiera permanecer indiferente. Lo que se juega es, ni más ni menos, el futuro de nuestra Patria.
Xavier Echiburú