El bosque de Karadima
No es extraño que la película del joven realizador chileno Matías Lira, "El Bosque de Karadima", haya conseguido un rotundo éxito en la taquilla. Esto evidencia el interés que sigue despertando el caso del cura que amparándose en su condición, destruyó durante décadas las vidas de jóvenes con inquietudes religiosas que tenían la desgracia de llegar a su parroquia. Y que, de paso, desvió donativos de los fieles y logró amasar una millonaria fortuna.
Basada en hechos de nuestra historia reciente, narra con acierto los hilos del abuso de poder y del control psicológico que se establecen entre víctima y victimario. La trama es simple: Thomas Leyton, un joven de 18 años que está pensando en el sacerdocio (interpretado por Benjamín Vicuña), pregunta en la parroquia de El Bosque por el padre Fernando (un notable Luis Gnecco) en busca de apoyo espiritual. Deslumbrado por la figura del sacerdote, se convertirá más tarde en víctima de sus abusos hasta el momento en que decida enfrentar sus miedos y denunciarlo a la justicia.
Más que hablar de la fragmentación del tiempo narrativo, que emplea como recurso cinematográfico, o de la importancia de la banda sonora en la creación de su atmósfera, lo que merece subrayarse aquí es la vocación pedagógica de la película. En efecto, interesa a todos, especialmente a los jóvenes, contar con pautas nítidas que les prevengan de este tipo de depredadores sexuales, fascinantes y manipuladores. En este sentido, la película es iluminadora.
Otro de sus méritos es que nos permite entender la forma en que se construye un abusador. Éste, que suele ser contenedor y paternal, requiere inevitablemente de una influyente red de protección que lo resguarde de la ley.
A pesar de no ser una película redonda y de los defectos que tiene, vale la pena verla. Pero su crudeza no debe hacernos perder de vista la abnegada labor de los miles de sacerdotes fieles y honestos que día a día predican el Evangelio y entregan su vida al servicio de los demás.
Karadima, ese perverso que amenazaba con el Infierno cuando no se hacía su voluntad y culpaba al demonio del más mínimo traspié en sus planes, solía decir, mostrando ansia de poder, que anhelaba que El Bosque hiciera arder la Iglesia chilena por los cuatro costados. Finalmente, a la luz de lo ocurrido, lo único que terminó incinerándose fue su imperio de miseria, abuso y manipulación.
Xavier Echiburú