El discreto encanto de la corrupción
El caso Penta debe ser lo más parecido a la caja de Pandora que han visto los chilenos en el último tiempo. Al igual que ocurre con el funesto aparato de la mitología griega, este caso parece ocultar en su interior todos los males que padece nuestra institucionalidad política.
Así, lo que comenzó como una inofensiva investigación tributaria, amenaza ahora con acabar trizando los cimientos de la convivencia democrática.
No se trata sólo de habernos enterado de la captura de un partido político -la UDI- a manos de un holding empresarial; ni de haber escuchado con estupor algunas explicaciones penosas -Moreira, von Baer- más cercanas a una rutina humorística que al razonamiento ponderado que se espera de un parlamentario en ejercicio. No.
Tampoco se trata solamente de facturas emitidas por trabajos que nunca se realizaron o de planificaciones tributarias complejas, diseñadas por asesores especializados para burlar el pago de impuestos. No. Esto va mucho más allá y es bastante peor que todo eso.
Ocurre que durante mucho tiempo hemos venido escuchando un discurso que pone el acento en las bondades del tener y en la acumulación de los bienes materiales como pasaporte seguro a eso que describimos con la palabra felicidad: mientras más se tiene, más feliz se debería estar. El dinero resulta ser entonces lo fundamental y los medios para su obtención simples cuestiones accesorias. Con el dinero se compra el prestigio y se gana el poder. Nada más importa.
Esa manera de apreciar la realidad ha terminado por infectar transversalmente a la clase política, como lo probó el impresentable episodio del hijo de la presidenta. Pero también ha calado hondo en una sociedad civil alejada de la austeridad y las virtudes: si la corrupción y la impunidad llegaron a este punto, es porque muchos hemos consentido, de una u otra manera, que esto sucediera.
En este sentido, el caso Penta no es sólo un ejemplo de las formas opacas y retorcidas en que circula el poder del dinero. Es también, mal que nos pese, el reflejo desagradable de la comunidad en que ello tiene lugar.