Comulgar con ruedas de carreta
El nombramiento de Juan Barros Madrid como nuevo obispo de Osorno ha suscitado una inédita oleada de malestar en parte importante de la feligresía católica. Sacerdotes, diáconos y más de medio centenar de legisladores decidieron hacer pública su incomodidad frente a una designación que estiman altamente inapropiada.
No se trata, por cierto, de condenar sin más al obispo Barros ni a ningún otro por haber tenido la desdicha de conocer al sancionado Fernando Karadima. Lo que ocurre es que se trata de alguien cuya identidad episcopal se encuentra indisolublemente atada a uno de los hombres que más daño le ha hecho a la fe de los católicos. Y hay evidencia incontrovertible que lo señala en distintas etapas de su ministerio -como secretario privado del cardenal Fresno, primero, como obispo de Iquique, más tarde- esmerándose en obstaculizar la investigación canónica que culminó con la sentencia condenatoria de su mentor.
Los hechos a los que se le vincula son graves. Frente a ellos, él no ha hecho otra cosa que guardar público silencio. Esa actitud, en una sociedad que promueve la transparencia, se encuentra al filo de lo tolerable. En efecto, hoy en día, cualquiera que detente algún grado de poder (o una dignidad eclesiástica) se ve inevitablemente sometido al escrutinio minucioso de la comunidad. Si con razón pensamos que un diputado que se saca un parte no está a la altura de sus obligaciones, ¿por qué no sería razonable reprochar este tipo de comportamiento en el pastor de una diócesis?
Las opiniones que se han esgrimido en su favor, atendiendo al hecho que monseñor Barros no ha sido condenado penal ni canónicamente tampoco resultan razonables. ¿Desde cuándo la ausencia de condena judicial es prueba suficiente de virtud? Eso es poner la vara a ras de suelo.
Así pues, de cualquier forma que se quiera ver, todo esto ha repercutido negativamente en la unidad eclesial, de la cual el obispo debe ser "principio y fundamento visible" (Lumen Gentium 23) nunca motivo de escándalo.
Si se mira con cuidado entre los que han tomado la palabra para manifestar su congoja con la esperanza de revertir esta nominación, no encontramos rebeldía ni odiosidad. Simplemente amor a la Iglesia y amor a la verdad.
Xavier Echiburú