Aborto: ¿razonable o innecesario?
Hay quienes defienden la vida desde el momento mismo de la concepción, pero luego, ya adulta, la dejan entregada a las inescrutables leyes del mercado. Hay otros que profieren clamorosas declaraciones sobre los Derechos Humanos y, al mismo tiempo, no tienen reparos en calificar a una criatura en gestación como simple cadena de aminoácidos.
Tal vez por eso el aborto se ha convertido en un tema extraordinariamente complejo; y un terreno fértil para equívocos y confusiones. Peor aún, la hipocresía suele teñir los acalorados debates que el tema suscita: públicamente se defiende una postura estimada virtuosa que luego se desmiente, una y otra vez, en el secreto de la intimidad. (Esa es la tragedia que suelen vivir muchas familias acomodadas de nuestro país).
Pero vamos por orden. De las tres causales que contempla el proyecto enviado por el Ejecutivo para despenalizar el aborto, dos de ellas no debieran despertar muchas dudas. En efecto, tanto la inviabilidad fetal -donde el feto será incapaz de vida independiente y morirá en el vientre materno o apenas alumbre- cuanto la interrupción del embarazo como consecuencia de salvar la vida de la madre -donde opera la conocida doctrina del doble efecto desarrollada por Santo Tomás de Aquino- son un espacio propicio para otorgar la posibilidad de elegir en conciencia.
Distinto es el caso de la violación. En la ferocidad de aquella circunstancia terrible todos estaremos de acuerdo en que el embrión no es culpable de nada; la mujer violada, tampoco (a pesar de las necedades del diputado Lorenzini). Y si es así, ¿por qué habría de obligársela a sumar al dolor de haber sido violentada la carga de tolerar el fruto de esa agresión? ¿Existen verdaderas razones para que esa mujer deba sobrellevar su embarazo hasta el final?
Por cruda que pueda parecer, la respuesta es afirmativa. Y la razón de fondo es que hay allí una vida humana inocente que merece ser protegida. Luego, admitir aquí espacio para el aborto es no sólo un fracaso rotundo para todos. Más aún, constituye una brutal injusticia cometida contra un ser humano incapaz de defenderse. La vida, y no la muerte, es lo que requiere prevalecer.
Pero semejante apuesta moral no debe ser afrontada en soledad. Resulta imprescindible entonces que el Estado provea de todos los medios, materiales e intangibles, a la futura madre para que la experiencia sea lo más llevadera posible. La dignidad de la vida humana así lo reclama.
Xavier Echiburú