Números que no son una novedad
Los números son elocuentes y malos para el mundo político. Son los resultados de las últimas encuestas conocidas, las que a nadie pueden dejar contentos. En uno de estos estudios sube la desaprobación a la forma cómo la Presidenta de la República está conduciendo el Gobierno, con un 53% de rechazo contra un 40% de apoyo. Por otro lado, los líderes de los partidos, tanto del Gobierno como de la oposición, concitan rechazos que van del 52% al 64%. Ninguno de ellos logra el 40% o más de respaldo.
Entretanto, otro sondeo pone un 2,9 como nota a los parlamentarios y peor le va al Poder Judicial que obtiene un 2,7.
Estas cifras, anteriores a la avalancha de denuncias y acciones judiciales en torno al Caso Penta, no son una novedad. Aparecen ya como una constante y, siendo generales, pueden ser injustas y hasta objetables en su sintonía fina. Sin embargo, tomadas en momentos distintos y con diversos procedimientos y por diversas instituciones, adquieren validez y deben llamar la atención a los actores del mundo político. A todos, pues en todos los sectores hay responsabilidades en cuanto a esta verdadera desconfianza ciudadana en quienes, en teoría, son sus representantes y conductores.
Este desencanto progresivo y generalizado de la política puede conducir a populismos y caudillismos que terminan minando las instituciones, destruyendo sus valores y alejando e injustamente castigando a quienes tienen una efectiva vocación de servicio público.
Los hechos actualmente bajo investigación indudablemente contribuyen a este desencanto, pero quienes creen que favorecen a un sector en desmedro de otro están muy equivocados.
Los riesgos de este ánimo ciudadano que reflejan las encuestas son la aparición del ya mencionado caudillismo o de un populismo cortoplacista, complaciente, de discurso fácil y bolsillo generoso.
Esta realidad debe hacer reflexionar a nuestros actores políticos, para que, abriendo sus exclusivos clubes, den paso a formar nuevos líderes y acojan nuevas ideas más allá de marcos doctrinarios o programáticos que son estrechos y suelen alejarse de las expectativas ciudadanas y, en último término, del bien común cuya promoción es la primera obligación de la autoridad.
En los resultados comentados, que posiblemente se repitan y puedan obtenerse más afinados, hay un llamado y una oportunidad de rectificación que debe ser atendida a tiempo, como una enfermedad que requiere urgente cura y en cuyo tratamiento hay responsabilidades compartidas.