La Navidad contiene verdades sublimes que el hombre no siempre las percibe. Necesita de la luz de Dios para comprender los designios de su sabiduría y los misterios de su poder. La efervescencia y espíritu de consumismo que envuelve a las personas los hace perder la centralidad de su propósito.
Con el nacimiento de Jesús comienza una nueva era. Jesús es el acercamiento del cielo a la tierra. Dios para redimir la humanidad tuvo que tomar forma humana. La mitología griega hacía dioses de los héroes muertos, pero lo que nos dicen los evangelios es que el verdadero Dios se hace hombre.
La Biblia dice que María estaba "desposada" con José. Según las costumbres de aquellos tiempos: el compromiso matrimonial duraba un año y era tan indisoluble como el matrimonio; sólo se podía romper por la muerte. Si moría el hombre que estaba comprometido con una mujer, ella era viuda a los ojos de la ley.
María concibió por obra del Espíritu Santo. Fue una obra milagrosa. María era una mujer piadosa que se sometió a los altos designios del Todopoderoso. Pablo llama a la encarnación del Verbo: "El gran misterio de la piedad". Cada cosa que aconteció alrededor del nacimiento de Jesús fue extraordinario.
Jesús vino al mundo a la hora señalada. "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley" Gálatas 4:4). Dios todo lo hace a su debido tiempo. Nosotros debemos aprender a cumplir las promesas. "El cielo y la tierra pasarán, mas la palabra de Dios permanece para siempre".
Hay promesas que por la fe y la paciencia se heredan. Finalmente lo que impulsó a Dios de enviar a su Hijo al mundo fue el amor. Si deseamos disfrutar de la Navidad debemos recuperar la reverencia para dar al misterio de la encarnación un lugar importante.
El ángel dijo a los pastores: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres". Es Dios quien manifiesta su buena voluntad. Fuera de él la vida se torna sin sentido, vacía y extraviada de su propósito eterno.
Carlos Martínez