Según la Biblia, el hombre no frenará el mal ni gozará de realización plena como resultado de sus capacidades, ingenuo humano, de su progreso económico si persiste vivir desconectado de su Hacedor.
Jesús señaló que antes de su regreso la maldad se multiplicará y el amor de muchos se enfriará. Dios dijo al profeta Daniel, que en el tiempo del fin, la ciencia aumentará.
Hoy gozamos de tecnología, mejores leyes, más posibilidades de emprendimiento, más organizaciones filantrópicas, énfasis a los derechos de las personas, buenos médicos y psiquiatras, pero la violencia, la tendencia a lo malo y a la indiferencia a Dios y sus leyes revelan que el hombre por su fuerza no cambiará su naturaleza.
Los ideólogos han fracasado, los economistas han tenido sus complicaciones para dar respuesta a la problemática económica mundial. Las religiones no producen cambios concretos en el corazón de las personas.
Las normas de la ética y moral han sucumbido al grado que el hombre justifica su inmoralidad, pues existe una influencia humanista que dicta el rumbo de lo que es aceptable o moralmente bueno. Qué decir de la anarquía, el vandalismo, el crecimiento de la delincuencia y la carencia de leyes justas, eso genera incertidumbre por doquier. Los espectáculos como el cine y la televisión han sobrepasado todas las normas de la decencia y de la moral.
El escritor y bioquímico Isaac Asimov dijo que "el mundo necesita globalizarse para escoger un líder mundial para resolver el problema del hambre, las guerras, el terrorismo, las plagas, el clima". Él hablaba de soluciones globales, pero sus comentarios estaban en consonancia a la profecía bíblica. Tomemos atención a las palabras de Jesús : "Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará" Mateo 24:12.
La ingratitud, crueldad, carencia de amor y la indecencia son claras evidencias que estamos en los últimos tiempos. Son los tiempos peligrosos que habló el apóstol Pablo, que se caracterizarían con la apariencia de piedad, pero que la conducta pondría al descubierto la falsedad e hipocresía.
Carlos Martínez González