Cinta 'Las Niñas Quispe' muestra una historia trágica del altiplano
cine. La película será exhibida en salas nacionales luego de su paso por festivales.
Precedida de unos cuantos premios internacionales, el próximo jueves debuta a nivel nacional la ópera prima en género ficción del cineasta Sebastián Sepúlveda. Conversamos con él sobre esta película basada en una historia real que aconteció en 1974 cuando las hermanas Justa, Lucía y Luciana Quispe, tres pastoras de la etnia colla, se colgaron de una roca luego de matar a sus cabras y perros, angustiadas por los apremios que sufría su forma de vida.
-Terminó por interesarme una vez que conocí el lugar donde ellas murieron, sentí que allí había una película que valía la pena ser hecha. Cuando vi ese lugar, esas rocas, el sitio donde comían, supe que ese espacio casi bíblico tenía una fuerza que sobrepasaba las expectativas de la propia historia. Supe que ese espacio iba a ser una de las grandes fuerzas de la película, que en toda la potencia de lo ocurrido se puede vislumbrar a estas tres mujeres perdidas en el desierto con sus angustias y fantasmas.
-Ellas, como todas las familias collas, eran nómades e hicieron siete u ocho rucas, nosotros filmamos en una de ellas. Vivían en un territorio de muy poca sombra, y los pocos sitios que la tienen están debajo de rocas a las que les adosaban algunas piedras gruesas para cerrar el espacio y allí vivían durante un par de meses, dependiendo de cuanto pasto había para las cabras.
-En estos momentos quedan en esas 26 mil hectáreas donde pastoreaban las Quispe sólo dos familias collas que fueron las que me ayudaron a hacer esta película y de las cuales actúan dos de sus miembros: una es Digna Quispe, sobrina de las hermanas, y el otro es Segundo Araya, que en la película es el hombre que les viene a vender ropa. De hecho el las conoció, eran muy amigos y fue una especie de pololo de Luciana, la hermana menor.
-Hay mucho y aunque cuando leí la obra me encantó, porque tiene un bello final, decidí partir por otras pistas. Me fui a filmar y de inmediato sentí que estaba en un inmenso set, después del montaje empecé a sacar texto y depurar pero en su estructura le debe mucho a Radrigán que es uno de los mejores dramaturgos chilenos. A todo esto él la vio y le gustó mucho.
-Estuvimos casi dos meses arriba en el verano. Era bastante intenso porque en el día las temperaturas pueden llegar a los 35 grados, con un calor sofocante, y en la noche a -15 grados, o sea un contraste muy fuerte. Hicimos una micro ciudad, una especia de campamento en el Polo donde vivíamos, nos traían agua todos los días y alimentos desde afuera. Teníamos que estar allí donde ocurrió todo, documentar espacios y formas de vida que ya no van a existir.
-En un principio quise ponerle música e intenté algo pero todo parecía muy externo, sentía que ponerle música folclórica era matar la película. La opción por el silencio refleja algo de esa angustia y encrucijada que vivían, quería la sensorialidad de lo que ellas vivieron. El vestuario se hizo con la historiadora Pía Montalva, alguien profundamente sensible que supo reflejar ese mundo de mujeres hombre, dedicadas al pastoreo.
-No yo lo veo de alguna manera como una historia de fin de mundo. Es sobre sentirse el último, decir 'quedamos solamente nosotros, se terminará nuestra forma de vida, cuál es el sentido de seguir siendo'. Para mí no son suicidas porque usaron una cuerda ritual para juntarse entre ellas, para que sus almas estén siempre juntas. De alguna manera es un acto de viaje, de trascender en la muerte.