Territorialidad es un concepto que alude a una condición, a un modo de ser, según el cual, el ser humano se realiza en términos de historia y no de naturaleza. Esto quiere decir que, en lo esencial, el territorio nunca aparece como un entorno físico al que hay que adaptarse de un modo espontáneo, como una suerte de ley que predefine la relación con ese entorno, sino una construcción histórico-social que tiene que ver con un proyecto de apropiación e identificación cultural, como el encuentro con un entorno que se busca.
Por esto el territorio ha sido definido como un espacio que narra una historia, que despliega una identidad cultural, por tanto, un proceso de creación social. De este modo la territorialidad es más bien la adscripción colectiva a un proyecto de vida compartida, y en este sentido es un hecho tanto tradicional como moderno.
Y por esto es cuestionable la idea de una pérdida o rescate de la condición territorial.
Pero esta concepción de la territorialidad entendida como apertura y apego a una utopía de vida en común, contiene algo más: apunta a una condición temporal, que en tanto refiere a vidas colectivas, efectivas o ficticias, muestra la vida como un pasar, un transcurrir de una 'sociedad' en un sitio que no está predefinido más que en la imaginación.
Por esto la colectividad, cuando halla ese sitio, genera hacia él un apego afectivo que dinamiza y orienta su cosmovisión como realidad significativa, cosmovisión que está dispuesta a defender 'a todo evento'.
Pero, lo que entonces defiende no es un fragmento de espacio geográfico, sino el derecho a una historia de vida, a una cultura que se ha creado y en la que se reconoce. La territorialidad no es, por tanto, una cuestión instintiva, algo dado, y por eso el hombre puede construir su territorio en cualquier parte, o llevarlo siempre consigo.
En este sentido, y en lo más fundamental, territorios y territorialidades son cuestiones originariamente imaginadas.