Nuestras calles, avenidas y carreteras siguen siendo escenario de tragedias ante la impotencia de la sociedad para regular el comportamiento de los conductores y, en muchas ocasiones, de los peatones que hacen caso omiso de un reglamento del tránsito que también les involucra y que intenta protegerles en su rol de actor más desvalido.

El alcohol y la velocidad excesiva son protagonistas en estos hechos que en fines de semana como el actual suelen dejar víctimas fatales tanto entre culpables como inocentes. A veces se presenta uno de estos factores; en otras, ambos, agravando aún más estos desenlaces.

La opinión pública generaliza y responsabiliza a Carabineros por la falta de vigilancia, de control preventivo, en calles y carreteras. Sin descartar tal elemento, no cabe duda de que -más allá de un déficit en ese aspecto- resulta a todas luces imposible llegar a un control eficiente cuando el comportamiento de los conductores en nada ayuda, toda vez que siempre el número de policías será insuficiente en la medida que la irresponsabilidad aumenta.

La sociedad en su conjunto deberá diseñar un programa de educación desde la más temprana infancia, trabajando a partir del jardín infantil en la concientización positiva de los niños respecto de los peligros que encierra una conducción irresponsable como el consumo previo de alcohol y, finalmente, la actitud que deben tener los peatones para evitar convertirse en víctimas de los primeros o conductores despreocupados.

En países europeos esta enseñanza desde los primeros niveles educativos ha dado excelentes resultados y el respeto a las luces de los semáforos, por ejemplo, forma parte de una cotidianidad que a nosotros extraña, más aún cuando se trata de peatones.

El desafío es de largo aliento, pero ha de iniciarse en algún momento si se busca una mejoría de las tristes estadísticas policiales que no han logrado revertir las curvas negativas.

La Ley de Tolerancia Cero, referida a la prohibición del consumo de alcohol antes de conducir un automóvil, no es suficiente por sí sola para controlar este flagelo que se repite sobre todo en periodos como los fines de semana largos.

En los próximos días se desarrollará en Osorno el IV seminario de Mujeres Líderes y seguramente tendremos la oportunidad de escuchar relatos de éxitos femeninos en un mundo social diseñado para varones, sin embargo no muchos hombres tendrán oportunidad de participar en dichas actividades, privándose de la posibilidad de reflexionar sobre el valor agregado que proporciona en una organización el liderazgo femenino, lo cual en sí es una tarea para el futuro.

Según Carmen García Ribas, directora del Master en Liderazgo Femenino de la escuela Superior de Comercio Internacional de la UPF de Barcelona "el hombre teme al fracaso y la mujer al rechazo", afirmación que se relaciona con las características que se pueden percibir con mayor fuerza en las mujeres, a saber:

Pensar más en lo colectivo que en lo individual, necesidad de disfrutar lo que hace, mayor prudencia que el hombre, ser más introvertida, demostrar más sus emociones, interactuar más desde la intuición. Las características señaladas nos permiten comprender una realidad muchas veces evidente, las mujeres propenden a un estilo diferente de liderazgo y ese estilo es en ocasiones más efectivo que el predominante estilo masculino, por lo tanto no es prescindible.

Karina Doña, académica de la Universidad de Chile plantea que la mujer ha debido masculinizar su estilo de liderazgo para alcanzar roles de alta dirección, con consecuencias negativas en el plano familiar, de pareja y maternidad, todos ellos aspectos muy importantes, no sólo para las mujeres sino que para la sociedad en su conjunto. La misma autora, sugiere por tanto que para lograr cumplir con la "ambición femenina, se requiere que las mujeres sean respetadas en su feminidad, y en ello, su maternidad, y poder así diseñar sus vidas sabiendo que cuentan con el respaldo de una organización que no las excluirá por ser madres y esposas. La idea de compatibilizar la familia con el trabajo pareciera ser la solución a la deshumanización de las organizaciones, es decir, a la idea de que los funcionarios y los empleados son sólo entes de trabajo y no miembros de familias, todas las cuales construyen sociedad".

Estamos frente a la gran oportunidad de debatir al interior de nuestras organizaciones en relación a la importancia del rol del hombre y la mujer como necesarios para la construcción de una sociedad equilibrada y sensible a las necesidades de sus miembros. Necesitamos familias felices para educar a chilenos felices y esa tarea no es exclusiva de un género.

Director ejecutivo AIEP sede Osorno