Intenso debate ha motivado "Evangelii Gaudium" con el análisis crítico que hace de los desafíos planteados por la cultura dominante en el mundo, diciendo "no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas... La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad...Así como el mandamiento de no matar pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir "no a una economía de la exclusión y de la inequidad". Esa economía mata" (EG 52-53). El Papa Francisco está llamando a cambiar la injusticia social derivada de la primacía del dinero sobre los valores éticos del humanismo, propio de la fraternidad de todos los hombres en Jesucristo.
Es un cambio como el que predicaba Juan el Bautista, un cambio que nace de la conversión de cada persona, según nos llama el Santo Padre: "La alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo - y los de la Iglesia - no deberán ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (EG 84).
El desafío es abismante: cambiar la mentalidad dominante en el mundo desde su interior. Pero, ¿acaso no fue eso lo que hicieron doce hombres que salieron de Galilea a enfrentar al Imperio Romano? Ellos tenían sólo su fe y la fuerza del Espíritu Santo... nosotros también las tenemos - las recibimos por el bautismo - pero las hemos dejado oxidar en la rutina diaria. El inicio de esta lucha debe ser, por lo tanto, desempolvarlas y, armados con ellas, salir a buscar a otros que, igualmente, quieran seguir al sucesor de Pedro en su alegría esperanzadora. Logrado eso, en comunidad, porque esto es la Iglesia, nos prepararemos para asumir la convocatoria. "La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura" (EG 88).