¿Quiénes legitiman la democracia?
"No tenemos otro medio constitucional para elegir a las más altas autoridades que el voto".
Por estos días se escucha y lee con especial insistencia, el llamado que se hace a votar para "legitimar" el proceso eleccionario y la instalación de un nuevo gobierno. Si antes, a pesar del voto obligatorio, teníamos una alta abstención, no iba a suceder un milagro que cambiara esta tendencia. Seguramente quienes se sentían forzados a hacerlo, aprovecharon ahora de quedarse en casa; por cierto que el bajo porcentaje de los millones de votantes esperados, acallaron los pronósticos y confirmaron nuestros comportamientos ciudadanos.
Como resultado de esta situación, algunos -y no pocos analistas- han puesto en el debate público una curiosa conclusión: dudar de la legitimidad de quien salga electa. Bien o mal intencionados alcances de estos comentarios, pueden ser antidemocráticos. Como ningún candidato al parlamento ni a la presidencia ganará a la abstención, tendremos un poder ejecutivo y legislativo ilegítimos. Sin este piso legal que lo da el voto en democracia, los ganadores no tendrían la autoridad política y moral para sentarse allí donde fueron puestos por comprometidos ciudadanos en intensas campañas.
No tenemos otro medio constitucional para elegir las más altas autoridades, ni expresión política más consistente para la democracia que el voto; y se legitima toda vez que los ciudadanos concurren a las urnas para ejercer este derecho que, sin duda alguna, es también un deber ineludible. Sobre esta base, uno podría preguntarse: ¿quiénes actúan de acuerdo a sus responsabilidades cívicas? ¿Por qué tendrían que legitimar acciones públicas de gran trascendencia para el país, aquéllos que se niegan a participar libre y responsablemente en estos actos? Distinta situación producirían los cómputos finales donde las mayorías estuvieran reflejadas en votos blancos o intencionalmente nulos, porque esa es una acción legítima: un ciudadano ha ido a expresar su voluntad.
Es probable que muchos no aprecien la vida política porque nefastos ciudadanos la desprestigian; lo que también es parte de las debilidades humanas poco santas. Pero no podemos olvidar que ella es primordial a la hora de hablar de libertad, de justicia, de equidad y de todas las cosas que por estos días de ofrecen. No esperamos un paraíso -el que perdimos irremediablemente- pero deseamos tener una democracia que no sea teoría a la hora del café y que se sienta sus efectos en la vida cotidiana de todos y en el comportamiento de la clase política, con mayor razón.