Cuando es tiempo de elecciones existe un abanico de ofertas de los diversos hombres y mujeres que están en la arena política, algunos ordenan sus ideas y las proyectan con vehemencia, otros presentan verdaderas "revelaciones" y dan las indicaciones como mejorar los índices de injusticia, pero no faltan los que viven descalificando lo que otros han hecho, todo con el fin de obtener un voto.
Lo cierto que son pocos los que se atreven a trasparentar sus convicciones valóricas, eso es difícil, porque la tendencia de los políticos es estar bien con todos, por eso que resulta muy positivo que las personas se muestren a los demás en forma transparente, en su forma de hablar y en sus acciones.
Cuando estamos frente a personas que defienden sus convicciones con firmeza, prudencia y sabiduría, merecen todo nuestro respeto, aunque no pensemos como ellos.
El pueblo cristiano evangélico con una población del 17% según el censo del 2012, es una tentadora población de votantes, y como es un deber moral votar, cumplir nuestros deberes cívicos, los políticos se acercan para dar a conocer sus proyectos, valoran nuestro testimonio y aporte a la moral, a las buenas obras y a la contribución social; es aquí donde quisiera dar una palabra de consejo a todos los que dicen ser seguidores de Cristo.
En el libro de Génesis encontramos una historia de dos hermanos, Esaú y Jacob, uno era un hombre de campo, indisciplinado y que vivía sólo para el presente. Su hermano Jacob era más cuidadoso y le daba más importancia a la vida. Un día Esaú llegó cansado después de un día de caza, entonces la astucia de Jacob entra en acción, le ofrece un plato de lentejas y vende los derechos como primogénito, los derechos incluían las promesas del Mesías y la bendición que Dios le había dado a Abraham. Su vida fue trágica, llena de sinsabores y vivió siempre para el hoy.
Por eso que resulta inmoral vender nuestra herencia, traicionar la familia y subestimar a Dios por beneficios temporales.
El cristiano que ha nacido de nuevo no sigue lineamientos ideológicos, sino los principios de la palabra de Dios.